Al visitar el tercer sueño me encontré con un pueblo no mas grande que 6 cuadras. Lo pequeño no era lo que me llamó la atención, sino que en el centro de ese pueblo, (un poquito abandonado y como si hubiese sido quemado cientos de veces) existía un lago exageradamente cristalino.
Pudiese decir que reflejaba el cielo, pero el cielo no era otra cosa que un humo turbio y asfixiante. A duras penas se podía distinguir el sol de la luna. En ese sueño, el lago era el cielo y para confirmar mi deducción no era de un color uniforme y aburrido sino de un degradado entre el blanco y el azul. Con demasiada similitud al cielo que vemos pero cargado de brillos intensos que supongo que ningún artista de la tierra lo hubiese pintado con tanta fuerza.
Y que no decir de los habitantes de ese sueño. Todos niños que dulcemente jugaban en el lago. Se zambullían y hacían saltar pequeñas rocas en la superficie del lago. Trate de escuchar algún sonido pero todo era silencio. Un silencio acogedor, quisiera agregar. Pero aquel que pudiera leerme no me cautivo ni el cielo inedito ni el pueblo pequeño. Tampoco quise distraerme con el silencio. El total de mis sentidos, si es que en los sueños se utilizan, fue para aquellos niños que jugaban en el lago sin preocuparles siquiera mi presencia.
Eran niños normales pero sus cuerpos... Vaya que casi no salgo de mi asombro... Sus cuerpos eran de madera. Madera recién cortada. Fuera de eso eran todo niños. En gracia y forma. Salí de allí preguntándome quien sería el forjador de tan extraño sueño. Un sueño raramente hermoso.
Grachel mas tarde me comentaría que ese sueño pertenecía a un niño de 8 años llamado Adjo (que significa justo) cuyos pocos días en este mundo los había visto tras la cortina de la guerra y la miseria. Es por eso que un lago de agua potable sería lo más cercano al cielo que un niño en su país podía aspirar a tener.
Es por eso que en vez del ruido de las explosiones y gente agonizando, Adjo soñaba con el mas acogedor de los silencios. De mas esta decir el hecho de que en los niños sus cuerpos fuesen de madera.
La madera ante las balas no sangra y si se llegara a perder una de sus partes solo era tallarla y pegarla de nuevo como los pocos juguetes que tenía.
Era el sueño de Adjo que ningún niño sangrara y estuviese completo. Que fuesen felices en su versión del cielo.
Al salir del sueño concorde con Adjo y pensé Que quizás Dios también debió hacer los niños de madera.
Y así es como termina la leyenda que busca crear conciencia a una realidad que negamos.
Vivimos un mundo donde nuestros líderes envían a otras almas a pelear sus guerras. Tales almas, en su sano juicio jamás dispararían una bala, pero su mente ha sido lavada creyendo que prestan un hermoso servicio matando y dejándose matar por disputas de otros. Mueren pensando que su muerte es mas gloriosa que la de una mariposa ahogada en una charca.
Es esta sociedad, que valora más la muerte que la vida, la que hace muchos niños teman a las estrellas fugaces porque son solo misiles los que surcan la noche y arrancan sus sueños.
Y aunque tu país no se halle en guerra, eso no significa que no suceda. Como si por ser de día ahora en el otro lado en el mundo pensáramos que no hay oscuridad.
Sueño con el día en que procuremos cuidar de nuestra propia especie, que repartiéramos los recursos de manera equitativa en vez de matarnos por ellos.
Un mundo donde los niños sueñen mejores cosas que las que soñó Adjo...
Pero hasta que ese día llegue, y el tiempo pasa, esperaré que nuestro corazón no sea de madera.
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